Marruecos, país de congostos.
De cine por Ouarzazate y descanso en BMW Camp. Entre cascadas y palmeras, recorremos el oasis infinito del Draa.
Escrito por Javier (Navegante), fechado el 15 de octubre de 2019.
Son las 9:25 cuando Javier se acerca, sigiloso, sonriente e ilusionado. La ilusión de refleja en el sol radiante que brilla en sus ojos. Me estremezco al pensar en otro día de aventuras, mientras Javier coloca los dispositivo y la bolsa dentro del baúl, mi imaginación electrónica viaja por estepas desiertas de laderas rocosas, gargantas de cobre y plata en su fondo y llanuras de salteadas acacias.
Después del sellado y con el agua a cuestas vuelve Javier, son las 09:38 cuando ponemos rumbo a lo desconocido, solo el libro de ruta, un puñado de amigos y todo un día por delante. Salimos de Ouarzazate, cruzamos el rio Iriri y tomamos rumbo 135ª, abandonamos el oasis que forma el rio, seguimos en un ascenso constante por llanos de piedra y tierra desolada, mientras mis cilindros sienten el aire seco del árido desierto las explosiones se suceden con acompasado ritmo, me siento flotando en el aire fresco de esta luminosa mañana de otoño marroquí.
Atravesamos la cota más alta del día con 1700 metros, en un puerto de montañas de estratos de piedra rojiza y ocre, las laderas en forma de escalón muestras los estratos de las piedras amontonadas. Unas sinuosas curvas nos esperan en nuestro montañoso camino y apenas tres cuarto de hora y llegamos a nuestro primer desvío. Abandonamos la RN-9 tomando una carretera asfaltada a la izquierda, la carretera pierde a veces su asfalto y entre síes y noes vamos descendiendo por su trazado escupido entre laderas y piedras. Al fondo en el valle, tomamos un carril de tierra, que nos marca el libro de ruta y después de un breve paseo por el camino llegamos al primer CP del día. Estamos en la Cascada de Tizgui, Javier, cámara en mano, se dirige a la estrecha garganta y con paso lento se pierde entre las paredes de la montaña que nos acecha.
Breve tiempo después, con la sonrisa en su rostro, esta ya devuelta y comentamos la siguiente etapa.
- Blanquita debido a las torrenteras de las lluvias de estos días atrás, el camino que teníamos que seguir esta cortado, hay pues que darse la vuelta y continuar hasta otra viñeta del roadbook.
Después de unas idas y vueltas y de algún despiste nos recentramos en al mapa gracias a Tony y Jhonny que están a la salida de la carretera, en el cruce con la RN-9, Javier memoriza la posición y allá nos vamos. A los amigos habituales se nos han unido Edu y Paco, que pasaran el día con nosotros, formando un grupo ameno de amigos.
Legamos a Agdz y encontramos el camino que nos marca el roadbook, entramos en un perpetuo oasis de palmeras, huertos y arboles frutales. Entramos en el valle del rio Draa, fértil, esplendoroso, donde el follaje agrada la vista del nómada del desierto. La linea entre oasis y desierto es tan fina, que la carretera pasa de uno al otro sin casi darnos cuenta. Vamos en el limite de ambos mundos, rodados de casas de adobe. Las aldeas se desparraman a los bordes del fértil valle, como dejando en manos de las verdes y hermosas plantas la tierra húmeda y rica en nutrientes, mientras ellos se conforman con vivir en los bordes, para no perder este vergel, suficientemente cerca ara aprovecharlo y suficientemente lejos para no perturbarlo.
Vamos kilómetros abajo por la P-1519, bordeando el oasis del rio, paramos en las cercanías de Ait Mlekt donde los riders hacen unas fotos del espectáculo que nos brinda la naturaleza, el rio Draa, con sus lentos meandros y las orillas verdes de plantas, palmeras y dátiles con el fondo de las montañas desnudas, la dualidad de este maravilloso país. Me asombra la riqueza de estas pobres gentes que viven y laboran entre dos mundos, pastorean y recolectan los néctares de estas llanuras regadas por la esperanza de la vida y del agua, ese agua que baja arcillosa de la montaña, transportando los minerales que hace que la vida florezca con fuerza.
La próxima parada fue a las 15:25, en las puertas de un colegio, allí íbamos a dejar el material escolar que traíamos en el camión, como venia cerrando la expedición, nos detuvimos un instante, mientras los riders hacían algunas fotos y bromeaban entre ellos. A las puertas del colegio unas chiquillas observaban a aquellos viajeros venidos del espacio, pues así nos debían de ver con nuestras bolsas, maletas y baúles en nuestros acerados cuerpos y los riders de colores variopintos con las protecciones, cascos con viseras solares, guantes y demás atavíos que nos parecen tan comunes en nuestro devenir diario.
Breve parada para seguir camino, ya que el vehículo de asistencia tardaría en llegar, pero una sonrisa de las chiquillas puso en marcha nuestros motores, y con estruendo contenido arrancamos para quedar en la memoria de las gentes de aquel poblado. Más adelante, ya en ruta, Javier se me acerco y con voz sorprendida me dijo.
-Blanquita, ¿has visto esas pequeñas hornacinas que hay de vez en cuando en los bordes del camino?, Son fuentes, protegidas de los rayos de este perpendicular sol, mantienen el agua fresca para los caminantes de estas milenarias sendas, transformadas en estrechas vías de asfalto, como se nota que el mayor bien que existe es el agua, estas gentes le profesan un verdadero culto. He visto dos muchachas bebiendo en una de ellas, me recuerda al esplendor de los Jardines de la Alhambra.
Con estas y otras observaciones, seguíamos camino en dirección Zagora que ahora se acercaba vertiginosamente hacia nuestro encuentro, mientras devorábamos kilómetros de desierto y de huertos, dibujando una linea imaginaria entre ambos.
Desde que tomamos el valle del Draa han pasado 100 Kilómetros de oasis y en Zagora, viramos en pos de nuestros pasos, cruzamos el rio para ascender ahora por la RN-9 que nos vuelve a llevar por el delgado hilo que separa el vergel y el yermo páramo del desierto.
Vamos a ritmo alegre en dirección a Agdz, los cerros de caprichosas formas van cambiando la dirección de las sombras según se sitúa el sol en el cielo, la tarde está ya desperezándose sin querer saludar a la mañana que se despide de nuestra compañía. A nuestra derecha, pues vamos por el otro lado del oasis, la franja verde de desparrama contenida entre las dos caras del valle que forma el asombroso rio. Su húmeda cercanía, hace que la temperatura sea agradable y fresca, nuestros cilindros de acero pulido, se llenan de un aire denso y limpio precipitando las explosiones que nos acercan al final del día.
En Agdz, en la rotonda del centro de la población, nos tomamos un respiro, los riders paran a orillas de una cafetería y quedamos nosotras en la calzada, mientras ellos se acomodan en torno a una desvencijada mesa y se oyen las contenidas risas y los comentarios acerca de las maravillas de este día. Se estrechan vínculos de amistad, mientras la tarde pasa a nuestro alrededor, paseando sus sombras por los pasajes estrechos de la pequeña urbe.
Una hora más tarde, los cinco ponemos rumbo al campamento, libro de ruta en ristre, Javier va girando pomos para pasar las viñetas, nos salimos de la población, para entrar en la R-108, que al cabo de 2 Kilómetros dejamos para entrar en un camino que da acceso a las haimas en donde riders y staff dormirán esta noche, nosotras quedamos al amparo de las estrellas, pero antes, el resplandor de un fuego en el campamento, ilumina de rojos colores las tiendas, mientras se oyen, como susurros, la voz de Tony en el Brifing y mas tarde, las palabras de los riders en la cena.